En Los enredos de Scapin, Molière construye una pieza única en su género, una explosión de teatro cómico donde los personajes navegan al límite de lo que puede ofrecer una comedia de esta índole. El camaleónico Scapin utiliza su ingenio para adentrarnos en una aventura que nos recuerda, en muchas de sus situaciones y desde una visión más contemporánea, a las tremendamente divertidas historias de los Hermanos Marx: acuerdos innegociables, intereses económicos, imposibles y caprichosas historias de amor, sobornos, fechorías, estrategias y mentiras. De este modo, la acción dramática se ve sometida por el caprichoso ingenio de este criado capaz de imitar mil voces. Así, gran maestro en el oficio de trapacerías y enredos, se convierte de alguna manera en un auténtico director de escena. Pretendo configurar un espectáculo personal y atrevido en su concepción, contemporaneizar sin obviar la teatralidad. Porque, a mi entender, la crítica social, la ostentación, el dinero, los dulces caprichos amorosos de jóvenes adinerados, los negocios turbios, etc, que vemos en Los enredos de Scapin también están en nuestros días, haciendo que este extraordinario texto siga vigente hoy por hoy. Es como si Molière nos observara sin perder detalle.